domingo, 23 de junio de 2013

Los institutos laborales

Un artículo de Juan Cordero Ruiz, profesor de dibujo en la Laboral de Córdoba entre 1956 y 1958:

Mi querido amigo: 
Aunque el tema que justifica tu magnífica y generosa labor de divulgación y que evidencias en estas páginas, es el cariño que despertó en tí el paso por la Universidad Laboral de Córdoba, quiero colaborar con esta nota, por considerarlo de justicia, con el testimonio de mi personal experiencia. 
Como bien sabes fui profesor  en esa Universidad Laboral los dos primeros cursos de su creación, pasando luego a la de Sevilla, en la que pasé un periodo mayor. Pero mi experiencia docente, desde 1952, fue el Instituto Laboral de Lebrija donde permanecí cuatro cursos académicos.
Si hago esta intromisión, que a muchos les puede parecer ajena a la línea que marcas sobre la Universidad Laboral de Córdoba, es porque me siento testigo de los acontecimientos, pero sobre todo del "espíritu" que conmovió esos años a la sociedad y a la enseñanza española; una revolución más profunda de lo que parece a muchos quienes,  todavía hoy, permanecen en su miopía.

No trato de mezclar estos dos temas, (Institutos y Universidades Laborales) claramente diferenciados por su origen, planteamiento, ministerios, finalidad, filosofía, etc. aunque pienso que pueden ser motivo de un estudio más profundo para comprender mejor esa etapa histórica de nuestra nación.

De las muchas actividades "originales" que practicaron estos centros, mis recuerdos me llevan por ciertos caminos paralelos, porque, como dejo dicho, les inspiraba un espíritu común. No es este el momento ni el lugar, y por mucho y bien que yo pudiera  decir, no lograría transmitir mis experiencias, que pudieran parecer emotivas e interesadas, siendo ineficaces por intransferibles y de raíces subjetivas.

Por ello, si lo estimas oportuno acepta, como introducción al tema, este artículo que ahora te envío.




El instituto laboral
publicado en Lebrija Digital

En la práctica de la pintura, se acerca el pintor al cuadro para depositar la materia de su pincel en la superficie, y lo hace casi a ciegas; para ver su efecto tiene que retirarse un poco y, desde lejos, valora el acierto o el error de la pincelada en el conjunto de la obra.
Por los años cincuenta del pasado siglo, un grupo de ilusionados profesores, pusimos unas pinceladas de insólito color sobre una Lebrija gris y parda, chata y sin relieve, árida y reseca. Naturalmente que aquel nuevo color desentonaba sobre fondo tan sordo. Esas pinceladas se llamaban Instituto Laboral. Hoy nos puede parecer un acontecimiento insignificante, pero en 1952 fue un hecho insólito.
Miramos ahora esta Lebrija de comienzos del siglo XXI, alejados medio siglo de aquel singular evento. Desde esta distante perspectiva puede parecernos muy natural el desarrollo y auge de la ciudad y su entorno; su cultura, su juventud, pujanza y vitalidad son armoniosas pinceladas en el rico lienzo actual. Paseando por las lebrijanas calles, plazas y nuevas barriadas percibimos el contraste entre el pasado y el presente. Porque ¿qué veíamos en aquellas fechas? Tabernas, muchas tabernas. Una librería. Muchos hombres parados en la plaza. Niños sin escolarizar por sus pagos. Algunas escuelas de grado primario. Solo varios estudiantes de clase pudiente en los colegios de Utrera, Jerez y…no más. También, es justo reconocer, cierto aire culto que aportaban aquellos seminaristas que iniciaban y abandonaban la carrera eclesiástica. ¿Y universitarios? ¿Cuántos? Tres, cuatro…


Hoy centenares de jóvenes cursan estudios medios junto a su casa; y son muchos los que amplían conocimientos en las más variadas ramas universitarias. Se nota en su gente el nivel cultural alcanzado; en el vestir, en el estar, el hablar y el viajar; en sus actividades culturales y profesionales. Sus comercios, establecimientos, tertulias, foros, exposiciones, espectáculos y los más variados eventos alcanzan hoy un elevado nivel, impensable en 1952.


Si, la distancia nos hace percibir con lucidez el cambio, cambio que no se ha producido por casualidad ni por el acontecer evolutivo del tiempo. Algo, mucho, digo yo, tiene que ver la cultura y la formación de sus hijos, quienes, abriendo los ojos de la inteligencia a las ciencias, las técnicas y las artes, abandonaron la situación que lespredestinaba a seguir esclavos de una tierra parda y sin horizontes, que les aprisionaba en el sector primario. La dinámica actual puede seguir un proceso de aceleración creciente, de modo casi natural; pero yo reclamo la atención sobre el esfuerzo que supuso romper la inercia, plantarse ante un lienzo monótono y sin pautas, sin referencias ni modelos, y esbozar los primeros trazos.


Es, por ello, este justo recuerdo de aquellos titubeantes brochazos que dimos profesores y alumnos, pioneros de un despertar del letargo de tantos años de postergación. No quiero que asome la sospecha de una egolatría inexistente, ni el reconocimiento vano de lo que hicimos, pero esta mirada atrás es de justicia por lo difícil y precario que fue aquel comienzo. Lo nuevo suele producir rechazo, y aquel Instituto Laboral en la Lebrija de hace cincuenta y cuatro años no es excepción. Están por escribir las vicisitudes de aquellos primeros borrones, sobre tan tosca superficie sin imprimación. Pero quienes tuvimos fe en la empresa sabemos que aquella lucha no fue vana, y aunque no se reconozca, sabemos que el magnífico cuadro que hoy vemos, tiene mucho que ver con aquellas modestas semillas.


















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